Es
el héroe y autor tradicional del libro que lleva su nombre, el cual
también es adjudicado a otras dos personas en el Antiguo Testamento
(Heb. Dnyal o dnal;
Sept, Daniel, cf. I Paral., iii, 1; I Esd., viii, 2, y II Esd. (Nehem),
x, 6). El nombre significa
Dios es mi juez y por tanto encaja en la denominación
del libro de Daniel. Allí muchas veces se anuncian los juicios de
Dios sobre los poderes de los gentiles.
Casi todo lo que es conocido acerca del Profeta Daniel,
se deriva del libro que se le adjudica. Perteneció a la tribu de Judá
(i, 6) y fue un noble, o quizá perteneció a descendencia de la realeza
(i, 3; cf. Josefo, Antiquities of the Jews, Bk, x, ch,
x, § 1). Cuando aún estaba joven, probablemente de unos 14 años de edad,
fue llevado cautivo a Babilonia, por Nabucodonosor, en el cuarto año
del reinado de Joaquim (605 B.C.).
Allí con otros tres jóvenes de igual rango, llamados Ananías,
Misael y Azarías, fueron entregados al cuidado de Asfonos, el maestro
de los eunucos del rey. Fueron educados en el lenguaje ya las enseñanzas
de los caldeos, lo que significaba que aprendieron de profesores versados
en adivinación, magia y astrología en Babilonia (i, 3, 4).
A partir de este pasaje, la tradición judía ha inferido
que Daniel y sus compañeros fueron eunucos, pero esa no es necesariamente
la conclusión que se deriva. El
maestro de los eunucos simplemente entrenó a esos jóvenes judíos,
entre otras cosas, previendo que los jóvenes podrían ser incorporados
al servicio del rey (i, 5). En
ese entonces Daniel recibió el nombre de Baltasar (Babil., Balâtsu-usur,
"Bel protege al rey") y estando de acuerdo con Ananías,
Misael y Azarías -que recibieron los nombres de Sidra, Misa y Abdenago,
respectivamente- pidieron que en lugar de alimentarse con los bienes
de la mesa real, pudieran tener solamente una dieta vegetariana.
Al final
del tercer año, Daniel y sus compañeros comparecieron delante del
rey, quien encontró que ellos mostraban mayor excelencia que los otros
que se habían educado conjuntamente con ellos y los promovió a otras
posiciones dentro de la corte. En cada ocasión en la que el príncipe los ponía
a prueba, ellos demostraban ser superiores a todos los adivinos
y los sabios que habían en el reino (i, 7-20).
Inmediatamente
después, que pudo haber sido en el segundo o en el duodécimo año del
reinado de Nabucodonosor, Daniel dio una prueba de su maravillosa
sabiduría. Dada la falla de otros sabios, él repitió e
interpretó, para satisfacción del monarca, los sueños que este tenía. En particular uno, referente a una estatua
colosal que estaba hecha de varios materiales y la cual, una vez que
fue golpeada con una piedra, fue hecha pedazos.
La referida piedra, en cambio, llegó a crecer, transformarse
en una montaña y llenar toda la tierra.
Con base en esto, Daniel en Babilonia como lo José en el viejo
Egipto, llegaron a tener grandes favores del príncipe.
El monarca no solamente la dio muchos regalos, sino lo hizo
regente de la provincia completa de Babilonia y jefe gobernador
de todos los sabios.
A requerimiento
de Daniel, también, sus tres amigos recibieron importantes promociones
(ii). Otra oportunidad que tuvo Daniel de dar muestras
de su sabiduría, fue con ocasión de otro sueño de Nabucodonosor. También en esa oportunidad, él fue el único
intérprete. Consistía el sueño
en que el rey había visto un árbol de cuyo comando había recibido
la orden de que fuera cortado y que siete veces fuera
destruida la parte que había quedado saliente.
La situación, interpretó Daniel, consistía en que, en castigo
a su orgullo, el monarca perdería su trono durante un tiempo, imaginándose
a si mismo como un buey y viviendo en el campo abierto.
Sin embargo, luego de un período, recuperaría su reino, convencido
ya de las bondades del Supremo.
Con base
en la libertad divina, aunque en vano, el Profeta exhortó al rey a
evitar tal castigo mediante arrepentimiento de sus pecados y misericordia,
y la predicción de Daniel se cumplió (iv).
Para información complementaria sobre esto véase el relato
de Abydenus (siglo II a, c.) lo cual es citado por Eusebio (Praep,
Evang. IX, xl).
Nada se dice
de la suerte de Daniel a la muerte de Nabucodonosor (561 a, c.) simplemente
se menciona que perdió su alto cargo en la corte y se vivió una vida
de retiro. El incidente que
nuevamente lo colocó como noticia pública, ocurrió en el palacio de
Baltasar, en las vísperas de la conquista de Babilonia por parte de
Cyro (538 a, c.). Mientras Baltasar (Heb. Belshaccar, correspondiente
a Babil., Balâtsu-usur,
"Bel protege al rey") y su corte tenían banquetes e impíamente
bebían vino en los preciosos vasos que habían tomado del Templo de
Jerusalén, aparecieron los dedos de un hombre escribiendo en los muros:
Mane, Thecel, Fares.
Eran palabras
misteriosas que ninguno de los sabios del rey pudo interpretar. Las mismas fueron explicadas por Daniel y como
recompensa se le hizo uno de los tres ministros en jefe del reino. El profeta tenía, para ese entonces, al menos
unos ochenta años de edad, y permaneció en esa posición bajo el dominio
de Darío, un príncipe que posiblemente se le identifica con Darius
Hystaspes (485 a, c.). Darío
pensó en colocarlo al frente de todo su reino (vi, 4) sin embargo,
al saber de esto, los compañeros funcionarios de Daniel, teniendo
miedo de su aumento de poder, buscaron su ruina.
Para ello convencieron a Darío de acusaciones de deslealtad
a la corona por parte de Daniel.
Esos oficiales
se aseguraron que el rey emitiera un decreto mediante le cual se prohibía,
bajo pena de ser lanzado a la jaula de leones, a que durante treinta
días, ningún hombre hiciera petición alguna frente a otro humano o
dios, con excepción del monarca.
Tal y como sus enemigos habían anticipado, Daniel oró tres
veces al día, desde su ventana abierta hacia Jerusalén.
Ellos entonces, lo reportaron al rey y lo forzaron a aplicar
las amenazas contenidas en el decreto contra quien lo hubiera violado.
Ante la evidencia de que Daniel había salido ileso de la jaula
de los leones, como un milagro, Darío publicó un decreto
en el cual daba a conocer que veneraría al Dios de Daniel y que lo
proclamaba como el Dios viviente y eterno.
Daniel continuó una vida próspera durante el resto del reinado
de Darío y de su sucesor Ciro de Persia (vi).
Eso en resumen, son los hechos que se pueden extraer de la
biografía del Profeta Daniel contenida en la narrativa de su libro
(i-vi).
Escasamente
se tienen otros datos que puedan contribuir a enriquecer el conocimiento
que se posee de su biografía, en la segunda parte del Libro de Daniel,
una parte más apocalíptica (vii-xii).
Las visiones que allí se presentan, hacen que Daniel sea favorecido
con la comunicación divina respecto al castigo que recibirán los poderes
de los gentiles y el establecimiento del Reino Mesiánico.
Estas misteriosas revelaciones se refieren a los reinos de
Darío, Baltasar y Ciro, y en ellas se indica cómo el Ángel Gabriel
señala los tiempos del fin.
En el apéndice deuterocanónico de su libro (xiii-xiv), Daniel
aparece como el mismo carácter general a que se hace referencia en
la primera parte de su trabajo (i-vi). El capítulo xiii se le presenta como un inspirador
de la juventud en temas de la sabiduría superior y menciona castigos
para los falsos acusadores de la castidad de Susana.
En lo concluyente
de capítulo xiv se cuenta la historia de la destrucción de Bel y el
dragón. Allí se representa la valentía de Daniel y
la caracterización del mismo como campeón del Dios viviente y verdadero. Fuera del Libro de Daniel, las Santas Escrituras
tienen pocas referencias al profeta. Ezequiel (xiv, 14) habla de Daniel, junto con Noe y Job, como un
patrón de rectitud y, en el capítulo xxviii, 3, como representante
de la sabiduría. El escritor
del Primer Libro de los Macabeos (ii, 60) se refiere al episodio frente
a los leones, y San Mateo (xxiv, 15) a la abominación y la desolación
que le fue comunicada a Daniel el Profeta.
Como se podía haber esperado, la tradición judía ha estado
ocupada en completar la historia de Daniel en las Sagradas Escrituras.
Ya fue hecha una alusión a la tradición judía y que fue aceptada
por muchos Padres de la Iglesia, en el sentido de que fue hecho eunuco
en Babilonia.
Otras tradiciones
judías lo representan rechazando honores que habían sido ofrecidos
por Nabucodonosor. Se explica
también porque el profeta no fue forzado, junto con sus tres amigos,
a la adoración de la estatua del príncipe de Dura (Dan., iii).
Se le envió lejos, dado que se sabía que Daniel nunca habría
estado de acuerdo en realizar tal acto de idolatría.
Se dan también otros muchos datos, como por ejemplo, que fue
lo que pasó con Daniel estando dentro de la jaula de los leones. Otras historias dan cuenta de que el profeta no retornó a la tierra
de Jehová, el Dios, luego del decreto de restauración que emitió
Ciro. Otros al contrario afirman
que Daniel regresó a Judea y que allí murió.
Existen leyendas
menos conflictivas en relación con el sitio de su tumba que aquellos
enunciados respecto a la vida de Daniel.
Muchas de las primeras provienen de la literatura árabe, aún
cuando su nombre no es mencionado en el Koran.
Durante la Edad Media se creyó que Daniel había sido enterrado
en Susa, en el moderno Shuster, en la provincia de Khuzistan. En un
recuento de su visita a Susa en 1165, el Rabino Benjamín de Tudela,
narra que la tumba de Daniel le fue mostrada en la fachada de una
de las sinagogas de la ciudad. La
festividad de Daniel está contenida en el Martirologio Romano y se
asigna el día 21 de julio. En
el mismo se considera que el lugar de la tumba se encuentra en Babilonia.
VIGOROUX,
La Bible et les découvertes modernes (Paris, 1889), IV, Bk.
III; DRANE, Daniel, His Life and Times (Londres, 1888). Véasen también
los comentarios y las introducciones a la bibliografía del Libro de
Daniel.
FRANCIS E. GIGOT
Transcrito por W. G.
Kofron
En agradecimientos a la iglesia de Santa María, Akron, Ohio.
Traducido por Giovanni
E. Reyes